Pensar en proximidad y lejanía es hablar con uno mismo. Es también,
entablar un diálogo en silencio con los demás, es ahondar en los recuerdos, en el
sentimiento y en la esperanza. Pensar en proximidad y lejanía, es reflexionar
en los objetos: en la mesa, en la casa... en el complejo mundo material que nos
rodea. Pero sobre todo, es romper con la resistencia a hurgar en nuestra
intimidad. Pensar en proximidad y lejanía, es ir y venir hasta encontrar un punto de equilibrio. Finalmente, pensar
en proximidad y lejanía, es hallar un refugio y dotar de sentido a la vida.
¿Cómo nos influye la proximidad o lejanía de las
estrellas?, la del mar, o la de las montañas, los polos o el ecuador ¿Cómo nos determina
la distancia con oriente u occidente? Cómo nos marca el lugar donde nacemos; la
cercanía o lejanía con las personas que amamos. Pero también, con la verdad, con
la libertad, o con la voluntad; con las ideas y el conocimiento; con la virtud
y el poder. O con todo lo demás... Con el amor, con la vida, con la muerte.
Hasta aquí el
desvarío. Y a modo de conclusión, sólo quiero decir que proximidad y lejanía es mucho
más que un concepto temporal y espacial susceptible de medirse en
kilómetros y en horas. Además, debo confesar que esta vez no he pretendido teorizar. Mi única
intención ha sido la de acoplar instinto
y argumento; acercar lo lejano y separar aquello que estimo “demasiado próximo”.
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