15 de noviembre de 2016

Proximidad y Lejanía


Pensar en proximidad y lejanía es hablar con uno mismo. Es también, entablar un diálogo en silencio con los demás, es ahondar en los recuerdos, en el sentimiento y en la esperanza. Pensar en proximidad y lejanía, es reflexionar en los objetos: en la mesa, en la casa... en el complejo mundo material que nos rodea. Pero sobre todo, es romper con la resistencia a hurgar en nuestra intimidad. Pensar en proximidad y lejanía, es ir y venir hasta encontrar un punto de equilibrio. Finalmente, pensar en proximidad y lejanía, es hallar un refugio y dotar de sentido a la vida.


¿Cómo nos influye la proximidad o lejanía de las estrellas?, la del mar, o la de las montañas, los polos o el ecuador ¿Cómo nos determina la distancia con oriente u occidente? Cómo nos marca el lugar donde nacemos; la cercanía o lejanía con las personas que amamos. Pero también, con la verdad, con la libertad, o con la voluntad; con las ideas y el conocimiento; con la virtud y el poder. O con todo lo demás... Con el amor, con la vida, con la muerte.


Hasta aquí el desvarío. Y a modo de conclusión, sólo quiero decir que proximidad y lejanía es mucho más que un concepto temporal y espacial susceptible de medirse en kilómetros y en horas. Además, debo confesar que esta vez no he pretendido teorizar. Mi única intención ha sido la de acoplar instinto y argumento; acercar lo lejano y separar aquello que estimo “demasiado próximo”.


La verdad, yo sólo quería hablar de pintura, concretamente, de mi nueva serie titulada Proximidad y lejanía. JB

 

14 de noviembre de 2016

Terrenal


A Esmeralda

Es obvio que el territorio siempre ha estado ahí, pero no es hasta que surge la voluntad de la mirada que empezamos a entender el paisaje como algo más que un simple lugar físico. Los científicos y los artistas, poetas y pintores principalmente, fueron los primeros en tomar conciencia de nuestro entorno y ahondar en su conocimiento. Ellos nos enseñaron a mirar con el corazón y la razón, y a percibir cabalmente la dimensión espacial, lo que generó, como no podía ser de otra manera, nuevas formas de explicar el mundo. Hoy, la palabra paisaje, implica un vasto conjunto de ideas, sensaciones y sugerencias. Se ha convertido en un amplísimo concepto que sólo puede entenderse cuando logramos sublimar nuestras creencias, miedos y demás percepciones sobre el mundo exterior.

Es clara la influencia que el paisaje tiene en la creación artística. Nadie discute, por ejemplo, su importancia en la historia de la pintura universal. Tradicionalmente, el paisajismo se ha ocupado en reproducir innumerables escenas de la naturaleza, y en nuestros días, es un género que ha sabido romper con los moldes de la representación convencional para convertirse en una forma de expresión mucho más abierta y analítica.

No es difícil advertir la dificultad que conlleva representar un paisaje, esto debido a que el objeto físico, por su lejanía y extensión, es, en términos estrictos, imposible de abarcar. Quizá por ello, la pintura de paisajes y el abstraccionismo sean dos formas tan cercanas de expresión. Y por la misma razón, puede ser que la abstracción se nos ofrezca como una vía idónea para profundizar en el paisaje, y viceversa.

Terrenal es una serie de paisajes imaginarios donde el principal protagonista es la Tierra. Es, en resumen, un pequeño tributo personal a los momentos que he pasado en comunión con la naturaleza. JB










 

15 de marzo de 2014

Memoria y Horizonte (2014)


"…La salud de la vista parece exigir un horizonte.
Nunca nos cansamos mientras podemos ver bastante lejos...".

Ralph Waldo Emerson

Durante un corto viaje que hice por el norte de España y Portugal, sentí una especial emoción ante el simple, pero maravilloso acto de contemplar la naturaleza. Sugestionado, quizá, por la tristeza que me invadía en esos días, tuve una inusual percepción del paisaje, y, en especial, de la línea del horizonte. Más allá de notar su mera presencia, su dimensión espacial o habitual referencia, advertí que el horizonte posee un extraordinario poder evocador capaz de trasladarnos a universos íntimos y liberadores.

Contemplar la naturaleza ha sido, desde siempre, dialogar con la vida, con nosotros mismos; ver un paisaje es algo sublime, comparable a la búsqueda interior. Ambas acciones —en cierta forma— son la misma aventura, capaces de crearnos sensaciones parecidas a la de andar perdido o desorientado por lugares desconocidos.

Los paisajes del Romanticismo revelan un evidente diálogo visual con la naturaleza; son obras que nos muestran el mundo interior del artista y demuestran que el acto de observar el entorno natural es algo que puede desafiar todos nuestros sentidos. De ahí que la caminata, el simple paseo, no sean, solamente, una forma de reencuentro con uno mismo, sino, también, una de las actividades físicas más excitantes para el intelecto. Contemplar el paisaje, además de ayudarnos a descubrir la esencia de un lugar, puede ser una aventura estética de primer orden; razón por la cual, debería de convertirse en rutina vital, en práctica cotidiana para enriquecer nuestra imaginación.

Ahora bien: todo paisaje es naturaleza humanizada, cultura y apreciación estética. Sin la mirada del hombre, el paisaje no existiría, sería un simple territorio, un espacio susceptible de convertirse en paisaje sólo si es observado. En palabras de Hernández Pijuán: “no se puede hablar de paisaje en sentido literal, sino de un cierto sentimiento del paisaje”. De ahí que, sentir el paisaje, sea una de las mejores maneras de reintegrarnos a la Naturaleza y de aceptar que los principales protagonistas no somos nosotros, si no los cielos, los mares, los ríos, las montañas, y la vida en general, que conforman una extraordinaria estructura, una especie de trama inspiradora susceptible de ser transformada en ciencia, arte, cultura o memoria.

Es precisamente la memoria, tema recurrente de mis últimas series y demás cavilaciones. Parecería que ahora, mi interés se desvía hacia el paisaje, pero no es así. Sigo en lo mismo, escarbando en los recuerdos (entre otras razones, porque aún necesito reconciliarme con mi pasado) y explorando en el paisaje, que siempre ha estado presente en mi pintura, desde mis primeros y expansivos universos abstractos, hasta los últimos e imposibles intentos por alcanzar la serenidad. Lo que pasa, es que mi foco de atención se ha trasladado, ha emigrado de la memoria al paisaje, entendido éste, como una prolongación de la memoria. Es —por decirlo así— una nueva y alentadora manera de recordar a través de la contemplación de la naturaleza. Cualquier recuerdo está invariablemente ligado a un paisaje, a un territorio en el que aprendemos a ver el mundo. A lo largo de la vida, habitamos muchos paisajes, pero con ninguno nos identificamos tanto, como con aquéllos donde crecemos, ya que son paisajes marcados de recuerdos. Es también, un paisaje, el testigo infaltable de nuestros últimos momentos. Para el poeta y ensayista español Julio Llamazares, “el paisaje es la memoria, porque la memoria se refleja siempre en el paisaje en el que ha ocurrido tu vida. Es un espejo, no el telón de fondo de un escenario; en ese espejo se refleja la vida de las personas. Cuando el paisaje desaparece (…) la memoria se duele y se resiente, y de ese dolor de la memoria nace la melancolía, y de la melancolía nace el aliento poético.”

Son evidentes las simetrías que hay entre el paisaje y la memoria; por eso, entre ellos, surgen espontáneamente tantas analogías. Por ejemplo, podemos pensar que paisaje y memoria, son dos tipos diferentes de horizonte; siendo el primero, un horizonte espacial, y, el segundo, un horizonte temporal. También, es fácil observar como el paso del tiempo provoca en ambos, visibles o imperceptibles deterioros. Contemplar y recordar, son, además, dos acciones paralelas y complementarias que nos permiten estar “simultáneamente” en el pasado y en el presente.

Se cree que el acto de contemplar es algo pasivo, quizá porque aún no acabamos de entender que el mirar es una forma de pensar. Es cierto que la contemplación es una actividad plácida, pero puede llegar a ser una tarea dinámica de primer orden, y su práctica habitual, estimular la creatividad en todos los campos, no sólo en el artístico. En la actualidad, el paisaje interesa por igual a filósofos, ecologistas, arquitectos, políticos, geógrafos y artistas, dando lugar a múltiples interpretaciones de nuestro entorno. Cuanto más conciente es una sociedad, más se preocupa por el paisaje.

Esta serie —para mi, y por los tiempos que corren de desprecio a la pintura, en particular al abstraccionismo— es un acto de obstinación a través del cual me vuelvo a plantear seguir pintando como siempre: con libertad absoluta y volcado en la experimentación. Por eso, no debe de ser considerada como un simple conjunto de piezas racionalizadas o “acabadas”, fáciles de etiquetar bajo la figura del paisajista, sino, más bien, como una mirada abierta al paisaje con clara orientación plástica, más que conceptual. Y, sobre todo, como una visión interior a partir del paisaje, y no sobre el paisaje, espacio físico que sólo me interesa como posibilidad de analogía o tentación de metáfora, para dirigir la mirada a otra dimensión más íntima y personal; a ese lugar mental, susceptible de convertirse en referencia o evocación de la memoria. Sorprende el grado de comunicación que se puede establecer con nosotros mismos cuando contemplamos la Naturaleza. Observar el horizonte, por ejemplo, nos hace sentir la emoción por el espacio, por la extensión; es un acto que nos libera de un estado mental opresivo y nos traslada a otro más sereno, aunque, en ciertas ocasiones, pueda preocuparnos y hacernos sentir en peligro.

La idea de esta serie surgió cuando observaba el horizonte, línea donde todo se junta: el cielo, el mar y la tierra. Línea abarcable sólo por la mirada, imposible de alcanzar porque se aleja cuando avanzamos hacia ella. Lugar donde todo termina y todo empieza, el horizonte, es una referencia cargada de significado y fascinación, fuente de energía y equilibrio. Su sola presencia, nos obliga a afinar la mirada, y —en un esfuerzo de concentración y abstracción—, a reencontrarnos con nosotros mismos.

Con el paisaje pasa como con la pintura abstracta, todo depende de la mirada, de lo que se observa y de cómo se observa. Así, es posible advertir la dificultad, o, mejor dicho, la imposibilidad, de representar un paisaje. La pintura de paisajes y la pintura abstracta son dos formas muy cercanas de expresión, donde el objeto físico no puede ser representado en términos estrictos. Sin embargo, es indiscutible que el abstraccionismo es un medio ideal para reflexionar en torno al paisaje; y viceversa. Al mirar un paisaje, podemos descubrir la contundencia de las formas abstractas, así como sentir la atracción que producen sus atmósferas y espacios vacíos, abiertos a la contemplación. Abstracción y contemplación son dos conceptos afines, capaces de trascender lo meramente narrativo —cuestión que tanto ha dominado la actividad artística— y de hacer que la anécdota descriptiva pase a un segundo plano.

Para terminar, quiero decir que con este pequeño conjunto de pinturas, creo dar por terminado un largo y emocionante proceso de varias series enlazadas. Ahora, me propongo explorar otros territorios, empezar algo nuevo. De cierta forma, todo horizonte es referente simbólico de lo que termina, pero, también, de lo que nace o empieza; es un límite que nos ofrece la ilusión inalcanzable de un final, pero, a la vez, de un principio, de una nueva aventura.
JB












23 de julio de 2013

Memoria y horizonte (Instalación) 2013



Piezas realizadas espontáneamente en barro. Serie que evoca uno de mis juegos favoritos en la infancia: la construcción de ambientes y ciudades.

Ejercicio de la memoria inspirado en los juguetes de armar, que me llevó intuitivamente a recuperar antiguas sensaciones con estructuras y ordenamientos de formas geométricas y volúmenes elementales, para, finalmente, imaginar un nuevo y desenfadado “horizonte arqueológico” de múltiple combinatoria.

Serie conformada por ciento treinta piezas, armable de muchas maneras, y que representa una pequeña y cambiante mirilla o rendija de observación al pasado, a lo olvidado.

La experiencia de haber producido este conjunto resulto ser un emocionante y alentador paseo por mi interior que nació por el simple deseo de escarbar en aquellas experiencias iniciales de mi niñez y de profundizar en el espíritu del juego. Y todo, a través de un primer contacto, y de un diálogo ritual con el barro, práctica milenaria asociada a los orígenes del hombre, a su memoria y al paso del tiempo. Con este trabajo, constaté que el barro tiene la capacidad de expresar, como ningún otro material, lo prístino y lo esencial, porque sus elementos son tan puros y poéticos, como la tierra, el agua o el fuego.
                                                                                                                                       JB


Memoria y horizonte (instalación) / Cerámica de alta temperatura (stoneware) / 130 piezas, medidas variables, aproximadamente 5m2




6 de julio de 2013

Temporada de lluvias (2013)

Nueva serie vinculada a la memoria y a la naturaleza. Conjunto inspirado en las nubes y la lluvia, en el paso de las estaciones del año, en la luz, en el aire y en los fenómenos atmosféricos. Pequeñas pinturas que condensan la sensación de sentir el entorno natural y que transitan de manera errática e impredecible por el paisaje a través de lo abstracto y lo concreto.

A veces me siento frágil, vulnerable, y por momentos sin pizca de ilusión. Es algo así como estar bajo amenaza de tormenta, es una desazón que me acerca al desequilibrio y me dispone por momentos a abandonar la pintura. Muchas veces pienso tirar la toalla y asumir de una vez por todas el fracaso. Sin embargo, siempre sucede algo extraordinario, “providencial”, que me vuelve a embarcar en una nueva aventura, algo que me hace seguir y trabajar con renovada emoción. Así llegó, como una bendición, esta Temporada de lluvias.

JB

18 de septiembre de 2012

Referencias (segunda serie, 2012)

[Serie de escultura]

Hace tiempo que intento llevar mi pintura a la escultura y resolver en el volumen mis inquietudes plásticas. Sin embargo, reubicar determinados criterios bidimensionales en el plano tridimensional, y además, no perder mi identidad, me ha sido muy dificil. Creo que la mayor dificultad ha estado en el tipo de abstracción que practico, que más que generar formas rotundas, recrea atmósferas, o simplemente las sugiere. Otra dificultad, ha sido mi particular obstinación por echar mano de recursos propiamente pictóricos. He tenido que esperar bastante tiempo y acumular experiencia para poder producir, con relativa seguridad formal y expresiva, estas piezas que tienen como punto de referencia mi pintura. De ahí el titulo, Referencias, que he escogido para este conjunto.
JB






8 de marzo de 2011

Entre la memoria y el olvido (2010-2011)

“La actividad creativa siempre está entre la memoria y el olvido".
Jorge Luis Borges

“El trabajo del artista es profundizar siempre en el misterio".
Francis Bacon


Siempre me agobió la constante presión de tener que ir a más, de correr hacia el futuro. Hoy no tengo tanta prisa, y quizá por eso me pregunto: ¿qué quiero hacer ahora? Tarde o temprano debía de moderar mi paso, mirar atrás y recordar los primeros años de mi vida que transcurrieron a saltos entre México y Guatemala.

No hace mucho, tenía miedo de recordar, hoy, lo que temo es olvidar. Por eso, emprendo la tarea de disipar la amnesia a través de la recreación visual de mis recuerdos. Ejercicio nada nuevo, lo sé, pero valiosísimo para recuperar mis imágenes más lejanas y darle otro rumbo a mi pintura. Escarbar en la infancia y en la juventud ha sido práctica común en el arte de todos los tiempos. Karl Jung consideró la actividad creativa como una expresión de formas arquetípicas: "Quien habla con imágenes primigenias, habla con mil voces (...) liberando a esas fuerzas benefactoras que desde tiempos inmemoriales han permitido a la humanidad escapar de los peligros y soportar la noche más larga. Ese es el secreto efecto del arte."

Esta serie es un repaso incierto de mi pasado (un pasado más bien negado que olvidado), es, además, un acto de introspección, de resistencia y nostalgia. Trabajando en ella, aprendí que toda imagen perdida y fragmentada es potencialmente recuperable por la intuición. Serie más íntima que anteriores, pero sobre todo, más próxima a la Naturaleza. Nunca imaginé cuántas sorpresas me guardaban mis recuerdos. Escarbar en ellos y en la sensación de vacío que acusa el olvido, fue trenzar insospechados lazos con los momentos más verdaderos, con esas huellas de vida que son nuestros primeros encuentros con el mundo; percepciones tan especiales, y que conservamos para siempre como modelo.

Indudablemente, todo arte, conocimiento o mito, se remonta a la infancia, etapa en la que aprendemos a conocer las cosas (imágenes, palabras, fábulas, sonidos, experiencias). Entendemos mejor lo que percibimos ingenuamente, en un primer momento, único e irrepetible, que nos conmueve profundamente; instante de sobresalto y sorpresa, incluso de terror. Recorrer nuestro paisaje interior y revivir esos brevísimos destellos, ilumina la imaginación y genera fértiles territorios creativos. Evocar una imagen original abre la posibilidad de transfigurarla y singularizarla como un nuevo referente. Así, toda experiencia infantil reelaborada en la madurez, proporciona nuevos puntos de partida. Conmueve recordar la primera vez que nos conectamos simbólicamente con la Naturaleza (animales, plantas, paisajes), la casa (habitaciones, muebles, objetos), la escuela (salón de clases, patio, útiles, juegos) o con las personas (parientes, amigos). El valor emblemático que adquieren ciertos recuerdos tiene que ver con el misterio personal y las expresiones inconscientes de cada quien. Todo esfuerzo por recordar encierra un enorme valor: el valor de conocernos, de descifrar cómo somos, y, aunque sea un proceso complejo e inacabable, es importante para todo hombre —no sólo para el artista— intentar desvelar los secretos que guarda su memoria. Cuando olvidamos, las imágenes se "fugan", se pierden, o, en el mejor de los casos, permanecen ocultas en alguna parte. En toda memoria hay cosas que son nítidas, y cosas que son impenetrables, confusas, ignoradas.

En la infancia lo natural es percibir lo que nos rodea ingenuamente. En la madurez se pierde esa pureza y desarrollamos una comprensión menos poética, más racional y viciada, de tal forma que —si queremos ser fieles a nosotros mismos— siempre deberemos de volver a hurgar en los secretos de nuestro origen. De niños construimos una mitología personal. Es el tiempo en que se define nuestro destino, etapa en la que aprendemos a nombrar las cosas, a ordenarlas. Cualquier idea o imagen se asocia a la palabra, cuya fuerza mágica y poder evocativo permiten desenterrar un momento con sólo nombrarlo. La palabra reproduce un instante, nos remite a él y recrea un acontecimiento lejano, lo conmemora y revive. Muchos de nuestros actos están íntimamente relacionados con la ceremonia de repetir y actualizar un recuerdo. Asimismo, toda creación artística surge de la memoria, de la repetición de actos simples que a fuerza de convertirse en rutina, resurgen como milagro, como revelación. Pero recordar, también genera sentimientos dolorosos porque choca con nosotros mismos, con nuestro pasado y nuestro destino. Recordar es enfrentarse con la realidad perdida, con la certeza de que lo hecho no volverá. Sin embargo, estoy convencido de que cualquier esfuerzo por conocernos y toda voluntad de futuro, deben de pasar por un obligado retorno. Esa es la razón de esta serie.  

Quiero volver a la infancia.
Y de la infancia a la sombra.

 Federico García Lorca


Llegué a México muy pequeño, aún sin cumplir un año. Vine con mi madre, mi tío y mis abuelos maternos. Desembarcamos en Veracruz como desplazados tardíos de la Guerra Civil española. Desde entonces, el exilio y la orfandad han estado siempre presentes en mi vida; la falta de un padre y de una patria en sentido estricto, así como el temprano alejamiento de mi madre que se marchó a Guatemala dejándome al cuidado de mis abuelos, marcaron, sin duda, mi carácter. Crecí tratando de recuperar algo perdido, algo que todavía me impide ligarme plenamente a un lugar y que aún me produce sensaciones de aislamiento e inseguridad. Como muchos, percibo la patria como el sitio donde descansan nuestros muertos, y por ello, alguna vez temí vagar eternamente entre sombras extrañas. Me alivia de esa angustia, una vital, incrédula e irreverente actitud existencialista adoptada en mis años de formación, y, ahora, por la inexorable y triste razón de que ya son varias las pérdidas familiares que suma mi vida en esta tierra mexicana.

Cualquier exiliado “con memoria” anhela volver a lo que dejo. Yo no puedo sentir eso, es imposible añorar una realidad que no conocí. Como otros hijos de refugiados, mi memoria es irrecuperable. Provengo de una generación que me heredó una nostalgia radical que se refleja en mis actitudes y pensamientos, como por ejemplo, en el convencimiento de la imposibilidad de trascendencia (sin raíces claras, no puede esperarse un futuro claro), idea dura de aceptar para cualquier artista. Sin embargo, yo asumo sin ningún problema mi condición de desarraigo, pues poco, o mejor dicho, nada me importa la posteridad. Veo mi pasado con simpatía y acepto felizmente que nunca estaré integrado a ninguna comunidad, y que todo esfuerzo que haga por lograrlo sería ilusorio. Siempre me ha sido imposible adaptarme a ambientes y pautas culturales invariablemente ajenas.

Regreso a mi serie. Cuando pinto me importa más la emoción que la razón. No soy un intelectual, aunque a veces lo parezca; tampoco soy un artista conceptual. Pinto por instinto. Mis textos sólo sirven para señalar una ruta, para aclarar la dirección en que pienso caminar. Tienen la simple intención de ayudarme a pintar, por eso los hago. Teorizar me es útil para ubicar, contextualizar y relativizar mi trabajo. Lo que me gusta es pintar, y lo que más me preocupa es la parte artesanal de mi trabajo. Tardo mucho en resolver una pieza, no digamos una serie completa. Debajo de cada cuadro hay varios, que de una u otra forma, no me gustaron y decidí tapar. Trabajo sobre trabajo, ensayo y error, esa es mi forma de pintar. Si me esfuerzo en explicar lo que hago, es también por reacción al abuso de los críticos y especialistas que con la palabra abusan de su poder. He visto cómo muchos artistas van detrás de ellos mendigando una crítica, un comentario. Dan vergüenza.

Con el tiempo he ido “esencializando” mi pintura, haciéndola más elemental y estricta. Me gustaría que mis formas se manifestaran en su expresión más pura, con los rasgos mínimos y con la mayor solvencia plástica posible. En esta serie trate de lograr un buen resultado a partir de criterios reductivos, por lo que continué simplificando mi lenguaje abstracto como en series anteriores; no a la manera de una pureza reductiva tipo Mondrian, o por medio de la literalidad minimalista, si no más bien, a través del rescate de las primeras imágenes guardadas en mi memoria. Procuré hacerlo sin ornamentos ni distracciones, y me esforcé en conservar su ingenuidad original, en un ejercicio más bien próximo al arte o la escritura oriental y a la pintura primitiva.

No me molesta que mis cuadros perturben, incomoden, aunque quisiera comunicarme siempre afablemente con los demás. Lo importante es decir algo. Tengo demasiado orgullo como para reconocerme un mal pintor y sé hasta donde puedo llegar. Siempre he vivido por debajo de mis ilusiones y he pintado ya lo suficiente como para entender de qué se trata todo esto. Soy esforzado, puntual y ordenado. Trato de ir lo más lejos posible, pero no a cualquier precio. No comparto esa absurda idea de tener que sacrificarse en aras de la creación, así como tampoco creo que la felicidad sea sosa y el sufrimiento fuente de inspiración. Me parece perverso pensar que sólo pueden ser artistas los desdichados, y que la felicidad es embrutecedora, vulgar o burguesa. Si así fuera, cualquiera querría ser pobre e infeliz. Procuro llevar con buen ánimo mis preocupaciones y veo la vida como lo más importante, lo único importante. Me gusta comenzar cosas nuevas. Lo mejor es empezar, cuando falta esa sensación uno siente morir.

Conozco a varios colegas que la pintura no los ha vuelto mejores. Una pena. Veo mi trabajo no sólo como un privilegio que me cambió el destino, sino también como función vital que me enseña algo distinto cada día, me muestra mis debilidades, me hace paciente y disciplinado, y lo más importante, me ayuda a tolerar la estupidez, a defenderme del odio, la agresividad y la envidia de algunas personas. Si bien es cierto que lo que está pasando en este país me está amargando el carácter, la pintura me protege de vivir permanentemente encabronado y me anima a levantarme cada mañana con ganas de enfrentar nuevos desafíos.

JB

8 de enero de 2011

Casas (2008-2010)


[Conjunto de pintura divagante]

"La casa, el domicilio, es el único bastión frente al horror de la nada, la noche y los oscuros orígenes; encierra entre sus muros todo lo que la humanidad ha ido acumulando pacientemente por los siglos de los siglos; se opone a la evasión, a la pérdida, a la ausencia, ya que organiza su propio orden interno, su sociabilidad y su pasión. Su libertad se despliega en lo estable, lo cerrado y no en lo abierto ni lo indefinido. Estar en casa es lo mismo que reconocer la lentitud de  la vida y el placer de la meditación inmóvil."
Immanuel Kant

 Serie de muchas más casas —reales e imaginarias— que las que pueda llegar a pintar: casa en llamas, casa que gira, casa blanca, casa de campo, casa verde, casa azul, cuatro casas, casa en medio de la plaza, casa de putas, la casa del horror, la casa de enfrente, casa que llora, casa de sal, casa alta, casa patas pa'rriba, casa del viento, casa sola, casa de nadie, casa de seguridad, casa cuna, la casa del árbol, casa de madera, casa de cambio, casa frente al mar, casa bajo la nube, casa grande, casa abierta, la casa de Dios, casa sin puertas, casa amada, la casa del vecino, casa ajena, la casa de los abuelos, la casa real, la casa de los espíritus, casa de cartón, tu casa, la casa de la montaña, casa de la moneda, casa en Barcelona, la casa de mis sueños, casa colorada, casa cuna, casa nova , la casa del fondo, la casa del perro, casa de adobe, casa suspendida, casa boca abajo, casa con rejas, casa hogar, casa propia, casa flotante, casa de muñecas, la casa del artista, la casa de atrás, la casa de Esmeralda, casa con escaleras, casa de empeño, casa de apuestas, casa de campaña, casa triste, casa de huéspedes, la casa de los locos, la casa de la esquina, la casa del herrero, nuestra casa, casa de la cultura, casa vieja, casa de piedra, casa pequeña, la casa del caracol, casa oscura, casa flotante, casa de pueblo, casa silenciosa, mi casa, casa que vuela, casa chica, casa con torre, la casa de los espejos, casa en Querétaro, casa rodante, la casa de los papás, la casa del mariachi, casa amarilla, la casa del poeta, casa cerrada, casa de los cinco patios, casa vacía, casa llena, casa de bolsa, casa abandonada, casa de retiro, nuestra casa...
JB


7 de enero de 2011

Pequeñas memorias (2008)

 A mi madre, porque ella y yo fuimos iguales


"La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”
Gabriel García Márquez en su autobiografía Vivir para contarla



Esta serie de ciento nueve pinturas sobre madera está estrechamente relacionada con otra —aún en proceso— titulada Entre el olvido y la memoria. Es un grupo de pequeños polípticos de cuatro partes cada uno, realizados a manera de apunte o cuaderno de ensayo. El resultado es un conjunto de piezas espontáneas, agrupadas en forma de rompecabezas y que pretenden conservar la emoción original de un hallazgo creativo, así como practicar las virtudes de la sencillez; esto, por puro instinto simplificador, por simple afán práctico. Toda la colección cabe en una pequeña maleta y está inspirada en anécdotas y memorias de mi niñez y adolescencia; mitos y recuerdos idealizados que hoy sólo son simples estados de ánimo, añoranza pura.

Pasé mi infancia a saltos entre México y Guatemala. A ratos, criado en libertad casi salvaje por mi madre, mujer romántica y aventurera, y, a ratos, educado y sobreprotegido por unos abuelos responsables y cariñosos, pero aburridos y convencionales. Fui un niño introvertido, un poco tristón y solitario, aunque nunca llegué a sentir —claro está— como mis mayores, la ansiedad del destierro. Sin embargo, mi niñez estuvo marcada por los prolongados alejamientos de mi madre y mi hermano, la proximidad mimosa y condescendiente de mi tío, los aspavientos dramáticos de mi abuela y —ahora me doy cuenta— la profunda melancolía de mi abuelo por su vida en Barcelona. Crecí con ellos, y con mis maestros de escuela, la mayoría, tristes exiliados de la guerra civil española.

Nostalgia, sin duda, hay en estas Pequeñas memorias , cuyo trasfondo se remonta a mis primeras experiencias y visiones, generalmente ligadas a la familia, el juego, el colegio y la Naturaleza. Recuerdo el paisaje de Livingston, pueblo de pescadores mestizos, africanos y americanos, en el mar de las Antillas. De ahí, seguramente, son mis primeros descubrimientos como pintor —debería yo tener unos cuatro años. Las imágenes de ese lugar caribeño aparecen repetidamente en mis sueños y en mi pintura. Vivíamos en una rústica casa de madera y techo de lámina, sostenida por cuatro pilotes sobre el mar. Desde una de sus ventanas, se veía, según la marea, un piso de agua, o uno de tierra, así como una extraordinaria variedad de bichos: cangrejos, peces, sapos, víboras, insectos y ratones. Frente a la entrada, se extendía un resbaladizo muelle de tablones con una caseta en la punta, dentro de la cual, como columpio, colgaba una gastada letrina. Ahí sentado, observaba como los peces devoraban mis despojos que caían directamente al mar. Al lado de la casa, jugaba a esconderme y a escalar por la estructura de un laberíntico buque camaronero en construcción que parecía un esqueleto oxidado de dinosaurio.

De Puerto Barrios, recuerdo las enormes pencas de banano que recogía con mi amigo Chang. La fruta, aún verde, era demasiado madura para ser transportada en barco y la compañía bananera no tenía más remedio que tirarla. Chang era un chinito que trabajaba en la panadería de su padre haciendo unos exquisitos pasteles de plátano, pero nunca me dejó verle cocinar porque decía que yo tenía una mirada tan fuerte que cortaba la masa. En ese tiempo, vivíamos en unas barracas junto a la torre de control de un destartalado aeropuerto. En su pista, donde nunca vi aterrizar un solo avión, andaba en bicicleta y perseguía lagartijas y culebras para reventarlas a pedradas.

Recuerdo otras historias ligadas a la violencia política latinoamericana, como la del ataque a un cuartel de policía ( ahora sé que fue durante el golpe de estado a Jacobo Arbenz). Atónito, presenciaba el operativo desde el patio de mi casa, cuando, como exhalación, salió mi madre del baño, desnuda y envolviéndose en una toalla blanca. La recuerdo —como si fuera ahora mismo— convertida en una aparición salvadora y angelical que nos protegió a mi hermano y a mi. Los tres, abrazados, permanecimos varias horas debajo de una cama. También guardo en la memoria un Viernes de Dolores en que, después de una manifestación estudiantil, tuve que refugiarme en mi escuela. Aquel día, quedé atrapado en medio de una nube de gas lacrimógeno y vi arder mi banca escolar sobre una barricada; era un pupitre que destacaba por su color y gran tamaño —pero eso es otra historia. Tras un atentado guerrillero a una refinería, fui testigo de la espectacular explosión de un depósito de gasolina que me hizo correr despavorido bajo una enorme bola de fuego. Por fortuna, se desvaneció en el aire antes de caerme encima.

De adolescente, vagué incansable por casi todos los barrios de la ciudad de Guatemala, recorrí sus barrancos y sus suburbios llenos de basura, zopilotes y pobreza. Subí al Volcán de Agua, donde un fantasma se me apareció de madrugada, al Volcán de Fuego, que hizo erupción cuando lo descendía, y al Pacaya, en cuya cima me golpeó una lluvia horizontal de piedra pómez. De ese tiempo, recuerdo especialmente, la tarde en que escuché con sobresalto unos golpes en la puerta. Era mi abuelo, que días antes presentí llegar, venía a convencer a mi madre de que me dejara volver a México. Aquella noche dormí con él en una fría pensión y fue la última vez que le vi, moriría del corazón un año después. Por esos años, pasé una prolongada, pero divertida convalecencia de la hepatitis. Fueron días de lectura y de aprender a jugar ajedrez. Vivíamos en el Chalet Suizo, donde un lorito cantaba de corrido la primera estrofa del himno nacional guatemalteco.

Conocí el manicomio de "La Castañeda", en Mixcoác —no sé porque los maestros del Colegio Madrid nos llevaban a ese horrible lugar— y visité el asilo de ancianos del Sanatorio Español, donde vivió sus últimos días mi bisabuela, una viejita enferma y lunática que sólo vi una vez, pero que nunca he olvidado.

Estas Pequeñas memorias me ayudaron a recobrar, inesperadamente, muchos pasajes entrañables que casi olvidaba, pues hasta hace muy poco, jamás me detenía a pensar, ni en mis sueños, ni en mi pasado. Y no porque careciera de ellos, sino porque vivía con demasiada prisa, corriendo sin razón hacia el futuro. Esto, supongo, por una desbordada energía heredada de mi madre. Afortunadamente, gracias a un esforzado ejercicio de la memoria y al trabajo en mis dos últimas series, pude reconstruir, de alguna manera, el desvanecido camino de regreso a mi pasado, aunque siempre he sabido que, en realidad, es un espacio y un tiempo finalmente irrecuperables. Además, esta vez entendí —y no es menos importante—, el valor de hacer las cosas poco a poco, pacientemente.

Si bien no comparto la idea de la responsabilidad del pintor por explicar todo lo que hace (bastante tiene con tratar de pintar bien), si creo ser quien mejor conoce mi trabajo, y por eso asumo la tarea de comentarlo. Mis textos son, más que nada, para mí mismo, aunque me gusta compartirlos y discutirlos para ver las cosas con más claridad. Pienso que con juicios rotundos y unilaterales no se llega a nada y trato de acercarme a la realidad sin imponer mis ideas, sino dialogando con ella. En esta época tan adocenada y polarizada, lo que me parece correcto, es, por una parte, tratar de profundizar en uno mismo, y, por otra, destacar los matices, más que ahondar en dogmas y fundamentalismos. Hoy que la pintura se ve como pasado, tradición, y no como promesa, vivo más atento que nunca a las alternativas que genera mi propio proceso y me vuelvo cada vez más impermeable e indiferente a lo novedoso.

Si bien la pintura me ha dado un lugar en el mundo, quizá algo confuso e inestable —ni más ni menos como el que me daría cualquier otra pasión—, siempre procuro equilibrar mi relación con ella, separando las cosas que me interesan de las que desprecio en el arte. Para mi, la pintura es una manera de vivir, un trabajo que me ocupa totalmente y me sirve de estructura mental; es expresión de libertad y forma de conocimiento, pero, sobre todo, es una alternativa ética. Y esto no es cuestión de conceptos o justificaciones (para ser un artista conceptual se necesita una capacidad reflexiva de la que carezco). Sinceramente, creo que lo que más cuenta en el arte es todo lo que pasa en el espacio mismo de trabajo. El taller es el lugar donde mejor se puede entender la experiencia creativa, y, es precisamente el proceso, la parte que más me importa, más que la idea o el resultado.

Veo el "progreso" de mi propia pintura en espiral, con temas que se repiten, que reaparecen, pero en contextos diferentes. Como método, sigo reflexionando sobre lo hecho y tratando de depurar mi lenguaje. En los últimos años he venido construyendo en mi pintura espacios habitables, amplios, limpios y luminosos, que son en donde mejor me siento. Quizá, por esta razón, el uso intensivo del blanco adquiere un papel preponderante en mi obra reciente. El blanco es un color ambiguo, pues es color, y a la vez, ausencia de color. En mi caso, y particularmente en estas dos últimas series, es sólo ausencia, nostalgia y sosiego.
JB



Nuevos hallazgos (2007-2008)


En esta breve serie, que es también continuación de Hallazgos a la deriva, me convierto en un reciclador de pinturas pretéritas, las que por muy particulares razones (y no precisamente porque haya hecho algo de lo que me arrepienta) decido modificar hasta llegar a estos nuevos hallazgos más acordes con mis intereses actuales.

Esta vez el resultado final estuvo orientado de antemano, lo que provocó el surgimiento de varias piezas más o menos utilitarias y previsiblemente distorsionadas. La experiencia de reutilizar mis viejas pinturas como soporte, me deja una sensación especial, similar a la que se tiene cuando regresamos a alguna de esas ciudades que viven aceleradas transformaciones. Guardamos en la memoria una geografía, un mapa mental de esos lugares y sus espacios característicos. Siempre que volvemos, reconocemos sus calles, edificios y jardines; sabemos que es el mismo lugar, pero choca con nuestro recuerdo la suma de transformaciones que vamos descubriendo. Nos sorprenden las diferencias, los cambios, adaptaciones y sobreposiciones causadas por el paso del tiempo y las acciones del hombre. Son marcas y rastros llenos de significado, señales reveladoras que nos hacen meditar sobre el sentido de la vida y el valor del trabajo. Pues bien, muy parecida a esta experiencia viajera, fue regresar a mis antiguas manchas, formas y colores para darles un nuevo sentido.

¿Cuánto tiempo pasará para querer reciclar éstas, ahora nuevas pinturas? No mucho, estoy seguro. Mientras, seguiré concentrado en lo mío, practicando una forma de expresión que no se adapta fácilmente a los tiempos que corren (arte sumergente —así le llamo— en oposición al retórico título en boga de arte emergente).

Veo en esta serie, quien he sido, y quien soy al mismo tiempo. La principal diferencia entre los dos, es que he vivido, sumado experiencia y conocimiento. Reconozco que he cambiado, pero percibo una línea constante, sin interrupciones, y creo que dentro de mi dispersión no ha habido una ruptura esencial. Como todos, he acertado y me he equivocado. Confirmo que me gusta trabajar y vivir con lo que se debe hacer cada día, intentado que mis acciones y reflexiones tengan alguna aplicación práctica. La actividad del arte no se consuma exclusivamente exhibiendo o en la publicación del catálogo, principalmente se vive en el taller, lugar donde se piensa y trabaja, y donde se da ese momento ético-reflexivo de hablar con uno mismo.
JB
 

Hallazgos a la deriva / (2006)


Cuando me pierdo encuentro el camino  


“…el arte es una aventura hacia un mundo desconocido que sólo pueden explorar quienes estén dispuestos a correr el riesgo”
M. Rothko

Si bien mi pasión por pintar se ha vuelto menos compulsiva últimamente, no me imagino desempeñando otra actividad que no sea precisamente esa. La pintura siempre ha estado cerca de mí, ya sea como promesa, como necesidad o como forma de vida. Convivo con ella desde la adolescencia y me sería difícil dejarla, aunque por momentos me canse o pierda motivación. La pintura vive tiempos difíciles, de desprecio, de desconcierto y manipulación, sin embargo —no sé porqué— creo que se avecina un retorno a lo pictórico, aunque incorporando otros soportes, tanto en espacios formales como alternativos.

Existen muchas razones por las que un pintor insiste en su camino. Y si bien es cierto que la pintura abstracta ya no es una tendencia joven, para mi continúa vigente, siendo quizá la única opción que tengo de seguir activo. Practico el abstraccionismo por vocación, porque no me interesa otra forma de contrarrestar una realidad externa que cada día me agobia más. Por eso mi pintura es abierta, exploratoria, más bien lírica que racional; irónica, irreverente y desprejuiciada. No quiero caer en tontas “actitudes heroicas”, de rescate —ridículo tan sólo planteárselo—, pero sí debo reconocer que la continuidad de mi trabajo conlleva un alto riesgo, dado el amor con el que lo hago desde hace varios años. Así que seguiré pintando, aún en tiempos de desdén por la pintura. Pero creo en la urgencia de cambiar, de buscar sin descanso otros caminos. Me va la vida de por medio, y no creo que exagere. Desde siempre he pintado como un acto vital de libertad, y no quiero perderla. Continuar es, además, un desesperado esfuerzo de supervivencia.

Por lo dicho no parece, pero hago todo lo posible por quitarme de problemas, por conservar una “actitud despreocupada”, al margen de conceptos, teorías y demás visiones paralizantes. Procuro, sobre todo, encauzarme por los sentimientos, el retorno a la naturaleza y la consideración de lo humano.

* * *

Para mi forma de pintar no siempre es una ventaja saber. La experiencia me enseñado que para descubrir algo nuevo hace falta ignorar lo aprendido, renunciar a la seguridad que da lo que se cree dominar. Esta osadía que se tiene cuando se es joven, con los años se va perdiendo y empezamos a actuar por inercia, por automatismos, reflejos y convicciones adquiridas que dejan de ser útiles. Es entonces cuando se impone un cambio drástico de rumbo, una nueva estrategia para enfrentar los problemas de otra manera. Creo que la flexibilidad y la espontaneidad son tanto o más importantes que los conocimientos adquiridos.

Desde siempre mi pintura ha sido una especie de juego confuso y analógico al que después de terminar debo buscarle laboriosamente una explicación. Reconozco que esta urgencia por aclarar es más bien una labor complementaria, quizá neurótica y no propiamente artística, pues pienso que mientras más se entiende y controla el proceso creativo, más se corre el riesgo de olvidar lo esencial. Explicar mi trabajo me parece una necedad, una necesidad intelectual o científica más que artística. Cuando mejor me salen las cosas es cuando me siento perdido, cuando viajo sin mapa y voy despistado. Esto lo acabe de aprender con Mapa de ensayos, donde rompí con el agobiante rigor de toda serie y emprendí una aventura más despreocupada, ligera de conceptos, prejuicios y dogmatismos. Sin duda, fue una sana toma de distancia, reanimante y liberadora.

No siempre es necesario tener las cosas claras. Se puede existir sin comprender, y pintar requiere ser lo bastante ingenuo y valiente como para no tener definido un destino y aceptar sin reservas ni coartadas el desconcierto, la desazón y el vértigo que produce andar a la deriva. En vez de buscar explicaciones, fórmulas, conceptos o exorcismos que suavicen el horror al vacío y el miedo a lo desconocido, una buena actitud es aquélla que se alimenta de la confusión misma. Para pintar debemos aproximar lo que sabemos con lo que sentimos, tomar riesgos, cambiar de dirección, navegar sin timón, perdernos, tener la osadía de querer ver más allá. Pero sobre todo, estar siempre dispuesto a empezar, empezar y volver a empezar. Así es como se consiguen los valiosísimos hallazgos, imágenes simplificadas, claras y precisas con las que más nos identificamos. De aquí el título Hallazgos a la deriva que he escogido para esta serie.
JB

Mapa de ensayos (2004-2005)

Exploración y registro temporal de la memoria a través de temas e ideas dispares y de la transposición del pensamiento nómada a la imagen, al objeto y a la palabra.

En contraposición a series anteriores, más codificadas y herméticas, Mapa de ensayos navega sin rumbo, explora a la deriva, sin condescender con el agobiante rigor de toda serie ysu natural articulación y coherencia; es un dejarse ir, una aventura desprocupada para aligerar la carga conceptual y abandonar prejuicios y dogmatismos.

Conjunto heterogéneo, que si bien parece incoherente en su planteamiento, es una sana toma de distancia para reanimar y liberar a mi propio bagaje creativo de una inercia que por momentos se torna asfixiante, angustiosa. Esta serie intenta ser aliciente, alterar el orden de mis cosas, volverme a la dispersión y reconocerme en lo esencial. Por tanto, debe ser vista y entendida como una acumulación de ensayos, como un vistazo a vuelo de pájaro, un mapa de rutas migratorias desconocidas que no contemporiza con la articulación coherente ni profunda o la mirada crítica, y menos cenirse al dictado de formalismos concretos. Es un viaje errante por paisajes vaporosos y diversos, como la huella de la mirada, la ambigüedad del espacio, la discreción del tiempo o la gracia del movimiento; es distancia, ausencia, trayecto, desvío y estación.

Bitácora de pérdidas, de naufragios. Búsqueda de nuevos rumbos, de otra voz —propia o robada—, pero sin pretensión alguna de sacar conclusiones ni dictar moralejas; producto de la crisis de los códigos de nuestro tiempo, crisis que, en el fondo, no es más que un reflejo del ocaso de la inocencia y de la vacuidad de las ideas. 

JB



Referencias (2004)

[Serie de escultura]

Siempre he buscado nuevas formas de expresión. Así, desde hace tiempo, intento llevar mi pintura a la escultura para resolver en el volumen y la materia algunas inquietudes plásticas.  Sin embargo, reubicar determinados criterios bidimensionales en un plano tridimensional sin perder la identidad creativa no me ha sido nada fácil. Creo que la mayor dificultad ha radicado en el carácter de la abstracción lírica que practico, que más que inventar formas precisas, recrea atmósferas. Otro obstáculo ha sido una personal curiosidad por experimentar con el color y demás recursos propiamente pictóricos. He tenido que esperar varios años y acumular experiencia para decidirme a construir con relativa seguridad formal y expresiva algunas piezas (masas las llamo yo), que prescindiendo de técnicas de pintura otrora utilizadas en algunos trabajos tentativos, satisficieran la inquietud de materializar mis ideas en objetos tridimensionales, pero que además y sobre todo, hicieran referencia clara a mi pintura, en otras palabras, que fueran consecuentes, concordantes con ella. De ahí el título Referencias, que he puesto a esta serie.

JB